Lucas 4:1-13; Isaías 58:6-11
Puedes ver la grabación de este mensaje en: http://www.ustream.tv/recorded/40850658
En su libro Celebración de la disciplina, Richard Foster dice “…el cambio interno que necesitamos es obra de Dios, no de nosotros…Dios nos dio las disciplinas espirituales como un medio para recibir su gracia. Las disciplinas nos permiten colocarnos ante Dios de tal modo que Él pueda transformarnos…es una gracia que se da”. Al escucharles hablar de esta campaña y de lo que han aprendido o repasado en los pasados tres meses, puedo afirmar confiadamente que esta iglesia ha crecido, está creciendo y seguirá creciendo. No tengo duda de eso. Sin embargo, también quiero afirmar que este crecimiento ha venido como consecuencia de la gracia de Dios, y no de nuestro esfuerzo humano. Para cambiar y crecer, se necesita de la gracia de Dios.
Hoy, discutiremos la última disciplina espiritual de la campaña: el ayuno. Al hablar del ayuno, es vital tener presente que la transformación es un regalo de Dios. Al ayunar, recordamos que hay cosas que no podemos vencer con nuestros esfuerzos humanos y necesitamos de la intervención de Dios. El ayuno nos recuerda que nuestro crecimiento y progreso espiritual viene como consecuencia de depender de Dios, más que de cualquier otra cosa, y de recibir su gracia que nos transforma y santifica. Cada vez que ayunamos, le abrimos la puerta a esta gracia santificadora de Dios, y esa gracia es la que vence el pecado en nosotros y nos permite crecer. Jesús es quién mejor nos puede explicar, con su propio ejemplo, el significado y pertinencia del ayuno. Jesús es quién nos ayuda a entender que el ayuno no es una disciplina espiritual que ha pasado de moda. Jesús es quién mejor nos ayuda a entender que “no solo de pan vive el hombre”.
Lucas 4:1-13 nos presenta que luego de ser bautizado por Juan el Bautista, el Espíritu lleva a Jesús hasta el desierto. Allí, el diablo le tienta. “Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que esta piedra se convierta en pan.» 4 Jesús le respondió: «Escrito está: “No sólo de pan vive el hombre.”»5 Entonces el diablo lo llevó a un lugar alto, y en un instante le mostró todos los reinos del mundo, 6 y le dijo: «Yo te daré poder sobre todos estos reinos y sobre sus riquezas, porque a mí han sido entregados, y yo puedo dárselos a quien yo quiera. 7 Si te arrodillas delante de mí, todos serán tuyos.» 8 Jesús le respondió: «Escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás.”» 9 Entonces el diablo lo llevó a Jerusalén, lo puso sobre la parte más alta del templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, lánzate hacia abajo. 10 Porque está escrito: »“A sus ángeles mandará alrededor de ti, para que te protejan”; 11 y también: “En sus manos te sostendrán, para que no tropieces con piedra alguna.”» 12 Jesús le respondió: «También está dicho: “No tentarás al Señor tu Dios.”»13 Cuando el diablo agotó sus intentos de ponerlo a prueba, se apartó de él por algún tiempo.”
Algunos teólogos interpretan que estas tres tentaciones que el diablo le hace a Jesús fueron una forma de desviarle del camino que estaba trazado para él. Incluso, algunos afirman que muy probablemente el diablo no estuvo en forma física en esta tentación, sino que este relato lo que representa es que el mismo Jesús, debido a su humanidad, estuvo tentado por sus propios pensamientos, a escoger el control, las riquezas, la popularidad y el poder por encima del plan redentor de Dios. Otros presentan la idea de que Jesús fue tentado a realizar una revolución política basada en la violencia, el poder y el control. En esencia, este pasaje representa que en vez de un camino de sacrificio, sufrimiento y muerte, el diablo tienta a Jesús con el camino del éxito, la fama y el poder. Una tremenda tentación…
¿Cómo Jesús logró vencer estas tentaciones? Ayunando. Lucas 4:1-2 nos dice “Jesús volvió del Jordán lleno del Espíritu Santo, y fue llevado por el Espíritu al desierto. 2 Allí estuvo cuarenta días, y el diablo lo estuvo poniendo a prueba. Como durante esos días no comió nada, pasado ese tiempo tuvo hambre.” Mientras era tentado, Jesús estaba en ayuno de comida. El diablo conocía su necesidad física de comer, así que cuando el diablo le invita a convertir la piedra en pan, Jesús le dice “No sólo de pan vive el hombre”. Esta respuesta de Jesús es una cita del Antiguo Testamento en Deuteronomio 8:3 que dice: “Te afligió, te hizo pasar hambre y te sustentó con maná, comida que ni tú ni tus padres habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre.” Jesús le quiso decir al diablo que de la misma forma en que Jehová había hecho provisión al pueblo de Israel durante sus días en el desierto, Jesús ahora iba a confiar en que su Padre celestial le iba a sostener en medio de su desierto. La respuesta de Jesús afirma su completa dependencia de Dios. Aunque hambriento y quizás débil físicamente, el ayuno fue un medio para Jesús fortalecerse espiritualmente, y así afirmar que por encima del alimento físico, lo que más él necesitaba para vivir era Dios.
El ayuno, tomando como punto de referencia esta respuesta de Jesús es entonces la disciplina espiritual que nos permite desprendernos de muchas cosas, incluyendo la comida, para afirmar que por encima de todas las cosas, nuestra dependencia está únicamente en Dios. ¿Necesitamos hoy los cristianos y cristianas ayunar? Yo contestaría esta pregunta con otra pregunta: ¿Estaremos tentados los cristianos y cristianas a depender más de algunas cosas que de Dios? Es necesario ayunar, porque mediante el ayuno, somos fortalecidos espiritualmente para poder vencer las tentaciones que nos invitan a poner a otras cosas en el centro de nuestra vida y no a Dios. Cada vez que ayunamos, y nos desprendemos de la comida (y de muchas otras cosas), nos estamos recordando a nosotros mismos que “No solo de pan vive el hombre sino de todo lo que sale de la boca del Señor”.
Juan Wesley, fundador del movimiento metodista, ayunó desde el 1725 hasta el 1738 dos días a la semana, miércoles y viernes. Luego del 1738 lo hizo semanalmente, todos los viernes. Wesley fue un testimonio vivo de lo que era ayunar. En combinación con algunas de sus enseñanzas acerca del ayuno, quisiera ofrecerles unas recomendaciones básicas acerca del ayuno. En primer lugar, el ayuno debe combinarse con la oración. En adición al ayuno, la otra disciplina espiritual que refuerza nuestra dependencia de Dios es la oración. Wesley dijo: “Al ayuno debemos añadir la oración ferviente, derramando ante Dios toda nuestra alma, confesando nuestros pecados con todas las circunstancias agravantes, humillándonos bajo su poderosa mano, mostrándole todas nuestras necesidades, nuestra culpabilidad y desamparo.” Un ayuno sin oración, no es ayuno. En segundo lugar, no ayune para que se haga su voluntad sino la de Dios. Si el ayuno lo que busca es precisamente depender de Dios, por encima del alimento o cualquier otra cosa, sería contradictorio que usted ayunara para “doblarle el brazo a Dios”. Ayunamos confiando en que su voluntad es mejor que la nuestra. Wesley nos dice: “No imaginemos que por razón de nuestro ayuno merecemos alguna cosa de Dios.”
En tercer lugar, ayunamos conforme a nuestras posibilidades. Usted puede ayunar de ciertas comidas y por ciertas horas en específico. Lo importante es practicar la dependencia a Dios por encima de la comida. Mi sugerencia es que nunca realice un ayuno absoluto, siempre incluya al menos agua. Mientras ayuna, tampoco realice actividades que requieran energías físicas. El ayuno se realiza mejor cuando separamos un tiempo para retirarnos con Dios y orar en un lugar donde hay silencio, privacidad y poca actividad física. Wesley nos dice: “Tenemos que tener cuidado, siempre que ayunemos, de hacerlo conforme a nuestras fuerzas”.
En cuarto lugar, no ayunamos para engrandecernos y publicar la magnitud de nuestro ayuno. El ayuno siempre está enfocado en Dios y no en nosotros. Wesley nos dice que el ayuno “…debe hacerse para el Señor, con nuestra mirada fija en él. Que nuestra intención sea ésta, y ésta únicamente: glorificar a nuestro Padre que está en los cielos; expresar nuestra vergüenza y dolor por las muchas transgresiones en contra de su santa ley; esperar un aumento de la gracia que purifica, fijando nuestros afectos en las cosas de arriba; añadir seriedad y honestidad a nuestras oraciones; apartar la ira de Dios y obtener todas las grandes y preciosas promesas que nos ha hecho por medio de Cristo Jesús.” Mateo 6:16-18 nos dice: “Cuando ustedes ayunen, no se muestren afligidos, como los hipócritas, porque ellos demudan su rostro para mostrar a la gente que están ayunando; de cierto les digo que ya se han ganado su recompensa. 17 Pero tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, 18 para no mostrar a los demás que estás ayunando, sino a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.”
Por último, el ayuno debe combinarse con la confesión. Según hemos discutido, una de las razones principales por las cuales Jesús ayunó, fue para fortalecerse espiritualmente y vencer las tentaciones que le hizo el diablo. Todos y todas luchamos con nuestras propias tentaciones, caminos que parecen buenos pero no lo son. Luchamos con la tentación de: decir cosas que sabemos son falsas (mentir), no perdonar (a nosotros mismos y a los demás), enfocar la atención en nosotros mismos en vez de dar honor y gloria a Dios (orgullo), negarnos a creer (incredulidad), rechazar la voluntad de Dios para nuestras vidas (desobediencia), no sacar tiempo para Dios, adorar cosas que nos son Dios (idolatría), hablar mal de otras personas (chisme o difamación), tomar cosas que no son nuestras (robar), no sentirnos satisfechos con lo que tenemos (codiciar), entrar en el internet o la televisión para ver pornografía, usar drogas (legales e ilegales), tener relaciones extramaritales (infidelidad), comer o beber desmedidamente (glotonería), ingerir alcohol sin control (borrachera), exponernos sexualmente con personas con las cuales no tenemos ningún compromiso matrimonial (fornicar), maltratar (psicológica, física o espiritualmente a alguien), entre otras tentaciones. El ayuno es un momento idóneo para identificar estas tentaciones y pedirle a Dios que nos ayude a vencerlas; pero también es una oportunidad para confesar el pecado que ya hemos cometido. La confesión nos permite identificar el pecado y ponerlo delante de Dios para que su gracia nos ayude a ser libres. Agustín de Hipona dijo que “La confesión de las obras malas es el comienzo de las obras buenas”.
¿Cuál es mi mejor recomendación si usted quiere comenzar a ayunar? Busque un tiempo para ayunar por lo menos una vez al mes. Una opción es el primer domingo de mes, día en que celebramos la Santa Cena. Ese día puede venir a orar temprano al templo (vamos a abrir a las 8:00 am), ayuna con otras personas y recibe ánimo, aprovecha la oración de confesión previa a la Santa Cena, y termina su ayuno con la Comunión, declarando así que Jesús es su única dependencia y su alimento para el camino.
El ayuno de comida, no es el único tipo de ayuno que podemos practicar. De la misma forma que ayunamos de comida para declarar nuestra completa dependencia de Dios, también podemos ayunar de prácticas que se han convertido en obstáculos para nuestro crecimiento cristiano. En ocasiones hemos perdido el control sobre ciertas prácticas, y estas nos dominan a nosotros. Si queremos volver a tomar el control, necesitamos ayunar de ellas y ponerlas en la perspectiva correcta. El ayunar de estas prácticas nos ayuda a establecer prioridades y un balance de vida saludable. Algunas de estas prácticas que pueden convertirse en hábitos o vicios que nos esclavizan son: leer el periódico, escuchar la radio, ver televisión, usar el internet, hablar por teléfono, jugar en el celular, Facebook, jugar un deporte, salir a compartir con amistades, limpieza compulsiva y la moda, entre otras.
En una ocasión los discípulos quisieron sacarle un demonio a un joven y no pudieron. Jesús les contestó: “Pero este género no sale sino con oración y ayuno”, Mateo 17:21. Cuando ayunamos, ya sea de comida o de algunas prácticas, recordamos que hay cosas que no podemos vencer con nuestros esfuerzos humanos y necesitamos de la intervención de Dios. El ayuno nos recuerda que nuestro crecimiento y progreso viene principalmente por la gracia de Dios. Cuando ayunamos, le abrimos la puerta a esta gracia transformadora y santificadora de Dios. ¿Queremos echar raíces? ¿Queremos crecer? Necesitamos ayunar de comida, como una forma de declarar que por encima del alimento físico, nuestra dependencia está en Dios. Necesitamos también decir “no” a todo aquello que nos quiere dominar y obstaculizar nuestro crecimiento cristiano. Les invito a ayunar, y así afirmar que “No solo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor”.