Juan 4:5-23; Salmo 95:1-7; Isaías 6:1-11
¿Habrá algo más hermoso que encontrarse con Dios y sentir su presencia en nuestra vida? ¿Habrá algo mejor que ser transformados, sanados y restaurados por el poder del Espíritu Santo? No tengo duda de que si hiciera una encuesta en el día de hoy, la gran mayoría de nosotros (por no decir todos y todas) desearíamos encontrarnos con Dios todos los días a toda hora. Estar en la presencia de Dios es una bendición para nuestras vidas. ¿Qué ustedes me responderían si yo les doy la clave, la forma, el método para encontrarnos con Dios? ¿Me creerían ustedes si les dijera que existe una forma de encontrarnos con Dios? En efecto, existe una forma de encontrarnos con Dios que puede ser usada indiscriminadamente, de forma continua y siempre da resultados: la adoración. La adoración es un encuentro con el Dios vivo por medio del Cristo resucitado en el poder del Espíritu Santo. A través de la adoración podemos encontrarnos hoy con el Dios de gracia y amor, recordar el sacrificio de Jesucristo y experimentar la esperanza que viene a través del poder del Espíritu Santo. Cada vez que la iglesia se reúne para adorar, es un nuevo encuentro con el Dios trino.
La adoración es un encuentro con Dios en donde le vemos “alto y sublime”, nos maravillamos y no tenemos otra opción que adorarle por lo que Él es, y lo que ha hecho. Esa fue la experiencia que tuvo Isaías en el templo. Dice Isaías 6: “El año en que murió el rey Uzías, vi al SEÑOR sentado en un trono muy alto. Los bordes de su manto llenaban el templo. Sobre él se veían ángeles serafines, con seis alas cada uno. Con dos alas se cubrían el rostro, con otras dos se cubrían los pies y con las otras dos volaban. Ellos se decían el uno al otro: «Santo, santo, santo es el SEÑOR Todopoderoso. Su gloria llena toda la tierra». El umbral de las puertas se estremecía debido al sonido de las voces y todo el templo se llenó de humo. Entonces yo exclamé: «¡Pobre de mí! Ya me doy por muerto porque mis labios son impuros, vivo en medio de un pueblo de labios impuros y, sin embargo, he visto al Rey, al SEÑOR Todopoderoso».” Richard Foster dice que “la adoración es conocer, sentir y experimentar a Cristo resucitado en medio de la comunidad congregada. Es una penetración en la gloria (shekinah) de Dios; aún mejor, es ser uno invadido por esa gloria de Dios.” La esencia de la adoración es encontrarnos con Dios. Si no hay encuentro con Dios, no hay adoración; y sin adoración, no hay encuentro con Dios.
La Palabra de Dios está llena de muchos ejemplos de lo que es adoración. 2 Crónicas 28 nos presenta un momento en que el pueblo se encontró con Dios y le adoró: “Toda la multitud adoraba, los cantores cantaban, y los trompeteros hacían sonar las trompetas. Todo esto duró hasta que el holocausto se consumió. 29 Y cuando terminaron de ofrecer el holocausto, el rey se inclinó y adoró, y lo mismo hicieron todos los que estaban con él. 30 Entonces el rey Ezequías y los príncipes dijeron a los levitas que alabaran al Señor con las palabras de David y del vidente Asaf, y ellos alabaron con gran alegría, y se inclinaron y adoraron.” En estos versos la palabra “adorar” que se usa es “gonypeteo” que significa genuflexión, el acto de humillación, rendición y sumisión que tenía un esclavo ante su amo o cuando alguna persona devota se inclinaba ante su Dios; viene de la palabra arrodillarse, postrarse y besar el piso. La genuflexión era un acto de establecer la diferencia entre el amo y el siervo, el rey y el súbdito, el dueño y el esclavo. Tomando este ejemplo, podemos ver que la adoración a Dios es establecer que Dios es el amo, rey y dueño, y que nosotros somos sus siervos, súbditos y esclavos. Cuando adoramos, declaramos que nuestra vida gira alrededor de su voluntad y no de la nuestra; declaramos que Dios es el centro de nuestras vidas.
Juan 4 es una de las historias del Nuevo Testamento más hermosas sobre lo que significa adorar. Una mujer samaritana se encontró con Jesús, y en medio de un diálogo restaurador y sanador que Jesús tiene con esta mujer, ésta le pregunta a Jesús lo que significaba adorar, y cómo se adoraba. “La mujer le dijo: «Señor, me parece que tú eres profeta. 20 Nuestros padres adoraron en este monte, y ustedes dicen que el lugar donde se debe adorar es Jerusalén.» 21 Jesús le dijo: «Créeme, mujer, que viene la hora cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. 22 Ustedes adoran lo que no saben; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. 23 Pero viene la hora, y ya llegó, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca que lo adoren tales adoradores. 24 Dios es Espíritu; y es necesario que los que lo adoran, lo adoren en espíritu y en verdad.» (vs. 19-24). Mientras la mujer se encontraba con Jesús, y era restaurada y salvada por Jesús, recibe una explicación de lo que significaba adorar. Cuando buscamos la palabra “adorar” que se utiliza en el verso 23 es “proskynein”, palabra utilizada en el Nuevo Testamento (incluyendo el libro de Apocalipsis) para referirse al acto de inclinarse o arrodillarse ante la persona que se adora, muy similar a “gonypeteo” o la genuflexión en el AT. Para Jesús la adoración implicaba un acto de inclinarse y arrodillarse ante el Padre como una forma de expresar que Dios es el centro de nuestra vida, y que nuestra vida gira alrededor de Él.
Cuando Jesús dice que los adoradores deben hacerlo “en espíritu y en verdad” es una expresión para decir que la adoración es un acto que involucra toda nuestra vida: mente, espíritu y cuerpo. Para Jesús la adoración es un acto que requiere entrega total. Estos adoradores “en espíritu y en verdad”, que le entregan su vida entera a Dios en adoración son los que el Padre busca. Cuando “el Padre busca que lo adoren tales adoradores” es un indicativo de que Dios no solo nos invita a adorarle “en espíritu y en verdad” (mente, espíritu y cuerpo), sino que está esperando esa adoración de nuestra parte. No es una actitud pasiva de parte de Dios, sino que Dios espera continuamente de nosotros una adoración genuina y apasionada, que refleje humillación y rendición ante Aquél que es nuestro amo, señor y dueño de nuestras vidas.
La adoración nunca es una experiencia pasiva, sino activa, que requiere lo mejor de nosotros. Es imposible entregarnos a Dios en adoración a medias. En la adoración no hay puntos medios, para que haya adoración tiene que haber humillación, rendición y entrega; si no están esos elementos, no hay adoración. Hay muchos estilos de adorar: podemos ser tradicionales, contemporáneos, contemplativos, intelectuales, carismáticos o silenciosos; pero no importa el estilo que tengamos de adorar, hay una sola forma de hacerlo: “en espíritu y en verdad”, entregando todo nuestro ser, humillándonos delante de Dios y rindiéndole toda nuestra vida. Dios no está buscando que le adoremos con un estilo en particular, Dios nos está invitando y está esperando que le adoremos con pasión, entrega, y todo nuestro ser. Si hay algo que tiene que haber en la comunidad cristiana que se reúne para adorar es la libertad de adorar de la forma en que Dios espera que le adoremos: “en espíritu y en verdad”. Sería irónico y un error el que dentro del templo en donde la comunidad cristiana se reúne para adorar a Dios en un culto de adoración nos sintiéramos cohibidos de alabar y adorar a Dios, si Dios nos está invitando y esperando que lo hagamos de esa forma. En nuestros templos tiene que haber la libertad de adorar y alabar a Dios, sin la preocupación de que alguien me está mirando o que me voy a sentir incómodo o avergonzado. ¿Cómo es posible que dentro del templo nos sintamos cohibidos, incómodos o avergonzados de adorar a Dios “en espíritu y en verdad”? ¿No es acaso el propósito de nuestra reunión adorar a Dios “en espíritu y en verdad”? El Salmo 95 nos dice:
¡Vengan y con alegría aclamemos al Señor!
¡Cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación!
2 ¡Lleguemos ante su presencia con alabanza!
¡Aclamémosle con cánticos!
3 ¡Grande es el Señor, nuestro Dios!
¡Gran Rey es él sobre todos los dioses!
4 En su mano están las profundidades de la tierra,
y las alturas de los montes son suyas.
5 Suyo es también el mar, pues él lo hizo,
y sus manos formaron la tierra seca.
6 ¡Vengan, y rindámosle adoración!
¡Arrodillémonos delante del Señor, nuestro Creador!
7 El Señor es nuestro Dios,
y nosotros somos el pueblo de su prado;
¡somos las ovejas de su mano!
Una adoración libre, apasionada y de entrega total mueve el corazón de Dios, hace que la gloria de Dios invada nuestros cultos de adoración. Una adoración “en espíritu y en verdad” nos permite encontrarnos con el Dios que está deseoso de traer salvación, sanidad, restauración y transformación en nuestras vidas. ¡Hay tantas cosas que suceden cuando el cuerpo de Cristo adora! Robert Schnase dice que “la adoración no es lo que la gente hace cuando se reúne, sino lo que Dios hace cuando la gente se reúne a adorar”. La adoración es darle lo mejor a Dios para recibir lo mejor de Dios. Cuando nos reunimos a adorar apasionadamente, ocurren cosas que no podrían ocurrir cuando estamos a solas. Dios se mueve en todo lugar, y está con nosotros en nuestros aposentos y cada lugar en donde estemos. Pero cuando el pueblo de Dios se reúne para adorar a Dios con todo su ser, se produce una profunda comunión interna en el poder del Espíritu (koinonía) en donde ocurren milagros, sanidad y el poder de Dios se mueve entre su pueblo. No hay duda de que Dios se mueve en medio de la adoración y la alabanza.
¿Cómo sabemos si estamos adorando a Dios “en espíritu y en verdad” cuando nos reunimos en nuestros cultos de adoración? Cuando le entregamos a Dios nuestra mejor alabanza, cuando le entregamos a Dios todo nuestro ser, cuando nos rendimos ante su presencia, cuando alabamos con libertad, y cuando el Espíritu se mueve entre nosotros, entonces estamos adorando a Dios “en espíritu y en verdad”. Estamos adorando a Dios cuando dejamos de ser espectadores y nos convertimos en adoradores; cuando en vez de estar observando lo que sucede, somos parte del mover de Dios; cuando llegamos a nuestro templo con la mente enfocada y alineada con el propósito por el cual venimos: adorar a Dios; cuando salimos de nuestras reuniones de adoración transformados por el Espíritu de Dios. Estamos adorando cuando logramos darle a Dios nuestra mejor adoración, y Dios entonces decide darnos lo mejor de Él.
En el año 1761 Juan Wesley le dio unas instrucciones sobre cómo cantar a los metodistas y le dijo lo siguiente: “Canten con vigor y buen ánimo. Cuídense de cantar como si estuvieran medio muertos o medio dormidos; por el contrario levanten su voz con fuerza. No le tengan miedo a su voz ni sientan vergüenza de que la escuchen, así como cuando cantaban las canciones de Satanás…Sobre todo, canten espiritualmente. Tengan su vista puesta en Dios en cada palabra que canten. Aspiren a agradarle a Él más que a ustedes mismos o cualquiera otra persona. Con este objetivo, pongan atención estrictamente al sentido de lo que cantan, y miren que su corazón no sea arrastrado por el sonido, sino ofrézcanse continuamente a Dios; así vuestro canto será tal como el que el Señor ha de aprobar aquí y recompensar cuando venga en las nubes.”
¿Queremos echar raíces? ¿Queremos que Dios nos transforme con su gracia? ¿Queremos la gloria de Dios inunde nuestras reuniones de adoración? Necesitamos dejar de ser espectadores, y convertirnos en adoradores. Necesitamos dejar de pensar en lo que podemos obtener al llegar a nuestros cultos, y enfocarnos en la adoración que Dios está esperando de cada uno de nosotros: una adoración “en espíritu y en verdad”.
No hay nada mas hermoso que adorar a Dios y sentir su presencia. Estoy de acuerdo contigo. Es importante enfocarnos en adorarle en los cultos y no distraernos. Seguiremos tus consejos. DTB, Titi Aida