Mateo 6:5-13; Romanos 8:26-30
La semana pasada esta iglesia hizo historia. Comenzamos la campaña titulada “Echando Raíces”. La iglesia (representada por este árbol) comenzó un proceso de echar las raíces que nos anclarán y darán la estabilidad necesaria para dar fruto y cumplir la misión que Dios nos ha dado. Esta campaña durará doce semanas, y en cada una de las predicaciones seremos invitados a ir de la superficialidad a la profundidad, de la inmadurez a la madurez, de la inestabilidad a la estabilidad, del estancamiento al crecimiento. El domingo pasado hicimos dos compromisos. En primer lugar, el compromiso de estar unidos, porque la unidad lleva al crecimiento. En segundo lugar, hicimos el compromiso de crecer y practicar las disciplinas espirituales; siendo las disciplinas espirituales hábitos o prácticas que permiten que la gracia de Dios nos transforme. Hoy comenzamos con la primera de diez disciplinas espirituales: la oración.
Juan Wesley dijo en una ocasión: «Dios no hace nada que no sea en respuesta a la oración». Se ha dicho por mucho tiempo que la oración es “la llave que abre los cielos”. No me equivocaría en decir que de una manera u otra todos y todas sabemos la importancia de la oración. Sabemos que la oración tiene poder. Pero seamos sinceros y sinceras: Hablar de la oración trae a nuestras vidas un sentimiento mixto. Por un lado sabemos la importancia de la oración, y por otro lado, comenzamos a sentir un poco de frustración al pensar acerca de nuestra vida de oración. Esa es la verdad: Todos luchamos con tener una vida de oración, y algunos no sabemos cómo orar. La oración es algo que se aprende, y día a día aprendemos a orar mejor. Así que en vez de castigarnos por no estar orando como deberíamos, hoy vamos a aprovechar la oportunidad para aprender cómo mejorar nuestra vida de oración. Lucas 11:1 nos dice “Una vez, Jesús estaba orando en cierto lugar. Cuando terminó, uno de sus discípulos se le acercó y le dijo: Señor, enséñanos a orar, así como Juan les enseñó a sus discípulos.” Hoy le pediremos a Dios que nos enseñe a orar. ¿Cuántos quieren aprender?
La palabra oración viene del verbo latín orare, que significa «rogar o solicitar». La oración es entonces un espacio en donde pedimos a Dios. Si la oración es pedir, quién ora espera una respuesta de Dios. Por lo tanto, la oración no es un monólogo, sino un diálogo con Dios en donde hablamos y escuchamos, pedimos y recibimos. La meta de nuestra vida cristiana debe ser llevar una vida de oración. 1 Tesalonicenses 5:17 nos dice: “Orad sin cesar”. Una vida de oración involucra momentos específicos del día para orar de manera privada, como una continua comunicación con Dios durante nuestras labores diarias. Llevar una vida de oración requiere compromiso y disciplina, e involucra orar aun en los momentos en que no tenemos deseos. Una vida de oración se logra, entre muchas formas, teniendo un entendimiento claro de tres cosas: quién es Dios, nuestra necesidad de orar, y de lo que ocurre cada vez que oramos. Nuestra vida de oración mejorará y madurará en la medida en que tengamos una visión positiva de Dios, reconozcamos diariamente nuestra necesidad de Dios, y seamos testigos del poder de Dios a causa de la oración.
¿Quién es Dios? ¿A quién oramos? No hay duda de que nuestra visión de Dios afecta positiva o negativamente nuestra vida de oración. Las imágenes que tenemos de Dios nos motivan o nos obstaculizan orar a Dios. Si nuestra visión es que Dios es bueno, todopoderoso y fiel, nuestra oración fluirá con facilidad. Si nuestra visión es que Dios es malo, incapaz e infiel, nuestra oración no fluirá. Por lo tanto, si queremos mejorar nuestra vida de oración necesitamos desechar aquellas visiones de Dios que obstaculizan nuestra oración y reemplazarlas con una visión positiva de Dios según la Palabra de Dios. ¿Cuál es esta visión positiva de Dios que necesitamos tener? Mateo 6:32-33 nos dice: “…pero su Padre celestial sabe que ustedes tienen necesidad de todas estas cosas. Por lo tanto, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.” Lucas 1:37 nos dice: “¡Para Dios no hay nada imposible!”. 1 Corintios 10:13 nos dice: “A ustedes no les ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero Dios es fiel y no permitirá que ustedes sean sometidos a una prueba más allá de lo que puedan resistir, sino que junto con la prueba les dará la salida, para que puedan sobrellevarla.” Si yo sé que cuento con un Dios bueno, todopoderoso y fiel yo me voy a acercar a Dios con la fe de que él conoce mis necesidades, de que me dará lo mejor, de que no hay nada imposible para Él, y de que nunca me abandonará. ¿Cuál es tu visión de Dios? ¿La de un viejo con barba con un látigo en la mano esperando que cometas un error para castigarte? Dios es bueno, todopoderoso y fiel. Dios te ama y tiene cuidado de ti.
¿Por qué orar? ¿Será necesario orar diariamente de manera privada? Mateo 6 nos dice: “5 Cuando ores, no seas como los hipócritas, porque a ellos les encanta orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para que la gente los vea; de cierto les digo que con eso ya se han ganado su recompensa. 6 Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y con la puerta cerrada ora a tu Padre que está en secreto…” En aquella época los judíos tenían una serie de oraciones al día, y cuando llegaba la hora de oración tenían que dejar lo que estaban haciendo para hacer su oración. Algunos de los judíos aprovechaban la oportunidad para hacer sus oraciones públicamente, con el fin de ser reconocidos por los demás. Jesús condena esta actitud, e invita a sus seguidores a orar de forma privada, en solitud (soledad). ¿Por qué Jesús nos invitó a orar así?
La oración privada nos permite presentarnos ante Dios tal y como somos. Cuando oramos, no necesitamos aparentar, porque ya Dios conoce cómo nos sentimos y cuáles son nuestras necesidades. Los seres humanos a veces somos como los judíos a los cuales Jesús regañó: vivimos de apariencias. Ante Dios no podemos fingir ni aparentar, así que Jesús nos invita a orar en privado para que no gastemos nuestras energías en aparentar, sino en comunicarnos con Dios con sinceridad. En segundo lugar, la oración privada y en solitud nos permite alejarnos del ruido al que estamos acostumbrados todo el día. No es lo mismo orar mientras trabajas (lo cual es extraordinario), que orar en tu cuarto privadamente y en solitud. La oración involucra apagar los ruidos y las voces de nuestro alrededor y de nuestra propia mente, para concentrarnos en escuchar la voz de Dios. ¿Cómo escuchar a Dios si nuestra mente no deja de hablarnos, si nuestros pensamientos no se aquietan? La oración privada nos permite alejarnos del ruido y aquietar la mente para escuchar la voz de Dios.
Jesús mismo se apartó para orar en privado. Marcos 6:46 nos dice: “pero después de despedirlos se fue al monte a orar”. Lucas 5:16 nos dice: “pero Jesús se retiraba a lugares apartados para orar”. Lucas 6:12 nos dice: “Por esos días Jesús fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios”. Mateo 26:36 nos dice: “Entonces Jesús fue con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Siéntense aquí, mientras yo voy a orar en aquel lugar.” Jesús mismo, siendo Dios, reconoció la importancia de practicar la oración de forma privada y en solitud, así podremos hablar y escuchar a Dios en medio del ruido al que estamos expuestos día a día, y sin apariencias.
Si nuestra visión de Dios es positiva, y sacamos tiempo para orar de manera privada, ¿qué es lo que ocurre al orar? La oración nos permite depender de Dios, recibir su dirección y descansar en su presencia. La oración es un acto de completa dependencia a Dios. Es un espacio en donde depositamos delante de Dios nuestras vidas con el propósito de confiar en Él. La oración es un acto de fe, en donde afirmamos nuestro deseo de que nuestra vida no gire alrededor de nosotros mismos, sino de Dios. La oración es convertir nuestras preocupaciones en oraciones. Es el momento en que afirmamos que Dios actuará, intervendrá y hará. Cuando oramos ocurre una transformación en nuestro pensamiento, y en la forma de acercarnos a la vida, de forma tal que cuando viene la escasez, la crisis y la tormenta, estamos confiados en que algo Dios hará, aunque las circunstancias no lo demuestren. Cuando oramos afirmamos nuestra completa dependencia de Dios, y disfrutamos de su paz.
¿Qué ocurre cuando no oramos? Cuando no oramos, nuestro ser busca depender de cualquier cosa, buscando saciar esa necesidad de Dios. Comenzamos a depender de nosotros mismos, causando ansiedad, ya que somos incapaces de cambiar las cosas. Comenzamos a depender de otras personas y apegarnos a ellas, buscando algo que solamente Dios puede ofrecernos. Comenzamos a quemarnos mental, emocional y espiritualmente, buscando resolver muchos asuntos por nuestra propia cuenta, cuando deberíamos ir a Dios y dejarlos en sus manos. El dedicar más tiempo a otras cosas que a la oración, es señal de nuestra pobre confianza en Dios, y nuestra ilusión de control. Si no oramos, no estamos dependiendo de Dios, aunque digamos lo contrario. ¿Usted quiere saber si usted verdaderamente confía en Dios? Mire su vida de oración. La frecuencia de nuestra oración es señal de nuestra fe en Dios. Al orar reconocemos que todo depende de Dios y que no podemos controlar la vida, y que más que confiar en nuestros planes y esfuerzos, confiamos en Dios. Martín Lutero dijo en una ocasión: «Tengo tanto que hacer, que no puedo continuar sin pasar tres horas diariamente en oración».
La oración es un espacio para recibir la dirección de Dios. Romanos 8:26 dice: “De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” La oración es el espacio que tenemos para conocer la voluntad de Dios para nuestras vidas. Muchos de nosotros tenemos bien presente ese verso extraordinario de Mateo 7:7 que dice: “Pidan, y se les dará, busquen, y encontrarán, llamen, y se les abrirá. 8 Porque todo aquel que pide, recibe, y el que busca, encuentra, y al que llama, se le abre.” Definitivamente que la oración es petición, pero el mismo Jesús dijo en Marcos 14:36: “¡Abba, Padre! Para ti, todo es posible. ¡Aparta de mí esta copa! Pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.” No todo por lo que pedimos es la voluntad de Dios. Cuando oramos, necesitamos pedir, pero también necesitamos callar y escuchar la voz de Dios dándonos la dirección que necesitamos para conocer cuál es su voluntad. Recordemos que la oración no es un monólogo, sino un diálogo. En ese diálogo, necesitamos también confesar nuestros pecados, cuando entendemos que nuestras acciones no han ido a la par con la voluntad de Dios.
La oración es descanso. Nuestras oraciones no deben traernos más ansiedad que paz, más tristeza que esperanza. ¡La oración es una experiencia de estar ante la presencia de Dios! Mateo 11:28 dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Si usted termina su oración y todavía no recibe descanso, siga orando, todavía no ha terminado de orar. Nuestros espacios de oración deben terminar en un tiempo de paz y de gratitud a Dios. La oración es un momento para descansar en que “a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”, Romanos 8:28. Es un tiempo para afirmar que “ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro”, Romanos 8:38. La oración es un tiempo para recibir aquello por lo cual hemos pedido. Si usted ha pedido paz, recíbala. Si ha pedido la intervención de Dios, espérela con gratitud. Si ha pedido sanidad, disfrútela. Si ha pedido sabiduría, recíbala. Si ha pedido dirección, deje que Dios le dirija. Y sobre todas las cosas, dele gracias a Dios por lo que ha hecho, está haciendo, y hará. El Salmo 46:10 dice: “Estad quietos y conoced que yo soy Dios”.
La oración es quizás la disciplina espiritual más importante de la vida cristiana, junto con el estudio de la Palabra de Dios. Henri Nouwen dijo: “Sin la soledad es casi imposible vivir una vida espiritual. La soledad empieza con un tiempo y un lugar para Dios, y sólo para él. Si realmente creemos que ese Dios no sólo existe, sino que también está activamente presente en nuestras vidas sanando, enseñando y guiando, necesitamos apartar un tiempo y un lugar para prestarle toda nuestra atención.” Yo he hecho ese compromiso con Dios, y quiero que ustedes también lo hagan. ¿Cómo hacerlo? Les invito a buscar un lugar (su aposento) y un horario para orar diariamente. ¿Ya identificó el lugar y el horario? Ahora les quiero dar una forma sencilla de orar: Alabanza, Peticiones y confesión, Silencio y Acción de Gracias.
Juan Wesley dijo en una ocasión: “¡Oh comienza! Aparta un tiempo de cada día para ejercicios de devoción a solas…Ya sea que te guste o no, lee y ora diariamente. Es por tu propia vida; no hay otro camino: de otra manera serás una persona frívola (superficial) toda tu vida.” ¿Queremos echar raíces? Es tiempo de orar en nuestros aposentos.
Ya me anote en la campaña de «Echando Raices». Que mucho vamos a madurar espiritualmente conociendo la importancia de cada disciplina y llevandola a la practica.
Dios te usa extraordinariamente y tus mensajes son de mucha edificación para nuestras vidas.
Te ama supermucho,
Titi Aida