1 Corintios 3:1-23; Filipenses 2
Hace unas semanas atrás los periódicos alrededor del mundo siguieron de cerca la salud del ex presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela. La vida de Mandela es digna de admirar e imitar, ya que Mandela luchó por la paz de su país en un momento en que el racismo era promovido por el propio gobierno. Como consecuencia de sus luchas, Mandela fue encarcelado por 27 años por cargos de sabotaje. La mayoría de estos años los pasó en una isla llamada Robben Island. Luego de estar 27 años en la cárcel, Mandela es liberado. En el año 1990, luego de su liberación, Mandela se convirtió en un líder nacional que junto al presidente de turno para que su país tuviera la oportunidad de votar y escoger su propio presidente. En el 1994 Mandela es elegido presidente de Sudáfrica.
Una de las particularidades del gobierno de Mandela, es que no fue vengativo, sino reconciliador. Mandela sufrió de racismo por parte del movimiento conocido como Apartheid, movimiento que gobernó el país y le otorgaba mayores derechos a los blancos. Luego de que Mandela asume la presidencia, muchos esperaban que Mandela actuara de la misma forma en que los blancos actuaron con él y con la gente negra: con racismo, venganza y odio. Mandela hizo todo lo contrario: buscó la reconciliación con quienes eran catalogados sus enemigos y les ofreció el perdón. Una de las citas más conocidas de Mandela es la que dice: “Detesto el racismo, porque lo veo como algo barbárico, ya sea que venga de un hombre negro o un hombre blanco”. Mandela es un símbolo de unidad y reconciliación para el mundo. Veamos una fracción de la película “Invictus” en donde Mandela educa a unos de sus guardaespaldas para que perdonara y trabajara junto a hombres blancos. (VIDEO)
El pueblo sudafricano no fue ni será el único en experimentar división y odio. El pueblo de Corinto fue testigo de una gran división. La ciudad de Corinto era una ciudad especial, así como San Juan, Miami, Nueva York o Sao Paulo. Era una ciudad caracterizada por la diversidad cultural, económica, religiosa y social. Esta misma diversidad trajo división. Los ricos no se llevaban con los pobres, los paganos con los judíos, los débiles o necesitados con los más poderosos. I Corintios es un libro que ataca directamente este problema de división entre los corintios. Pablo dedica un tiempo para explicarles que a pesar de sus diferencias sociales, económicas, culturales o sociales, todos eran parte de una misma familia, todos eran hijos e hijas de un mismo Padre celestial. Lo interesante es que la forma en que Pablo ataca el problema de la división, el racismo, los prejuicios y el discrimen, es hablando de la cruz de Cristo. Pablo les invita a mirar la cruz de Cristo, esa cruz que está en el centro de nuestros templos, cruz que significó y todavía significa que el sacrificio de Jesús fue y es para todo el mundo, independientemente su raza, color, género, contexto social o económico. Al mirar la cruz de Cristo en el centro, los corintios podían recordar y afirmar que Jesús había muerto en la cruz por toda la humanidad, y no solo por algunas personas.
En el capítulo 3, se presenta uno de los varios problemas de división que existía entre los corintios: una división a causa de su apego a los líderes. Entre la iglesia de Corinto, se habían hechos bandos o grupos según los líderes que tenían. Algunos se apegaron a Pablo, y otros se apegaron a Apolos. En vez de seguir a Cristo, y en vez de depender únicamente de Cristo, los corintios se estaban apegando más a sus líderes que a Cristo mismo. Sus lealtades y su fidelidad eran más para uno de sus líderes, que para Cristo. Pablo se da cuenta de esta situación y le dice lo siguiente: “Y es que cuando alguien dice: «Yo ciertamente soy de Pablo»; y el otro: «Yo soy de Apolos», ¿acaso no son gente carnal? Después de todo, ¿quién es Pablo, y quién es Apolos? Sólo servidores por medio de los cuales ustedes han creído, según lo que a cada uno le concedió el Señor. 6 Yo sembré, y Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios. 7 Así que ni el que siembra ni el que riega son algo, sino Dios, que da el crecimiento. 8 Y tanto el que siembra como el que riega son iguales, aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. 9 Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y ustedes son el campo de cultivo de Dios, son el edificio de Dios.”
Pablo resuelve este problema de división y apego a los líderes de varias formas. En primer lugar, Pablo le recuerda a los corintios que los líderes son solo servidores de Dios. En otras palabras, los líderes no eran Dios, y si no eran Dios, no había necesidad de apegarse a ellos. De quién único se dependía era de Dios. En segundo lugar, la iglesia no le pertenecía a los líderes, sino a Dios. Para Pablo, la iglesia es un proyecto de Dios, no de los líderes. Los líderes no eran dueños de la iglesia, la iglesia era de Dios. Los líderes van y vienen, y son importantes, pero en última instancia la iglesia no era de los líderes, sino de Dios. En tercer lugar, los líderes se encargaban de enseñar, de sembrar la semilla, de regar el evangelio, pero quién daba el crecimiento era Dios. Los líderes no tenían un poder para hacer la iglesia crecer, sino que era el Espíritu Santo quién daba crecimiento a la iglesia. En cuarto lugar, Pablo le dice que los líderes al igual que el resto de la comunidad cristiana eran todos colaboradores de Dios. La iglesia, para Pablo, era un gran equipo en donde los líderes ejercían su rol, pero de la misma forma toda la congregación se ocupaba de ejercer su llamado. Todos eran parte de un gran equipo, liderado por Cristo mismo. En resumen, Pablo le dice a los corintios que el centro de la iglesia era Cristo, solo Cristo, y no ninguno de los líderes. Repito, Pablo le quiso decir a la iglesia que Cristo estaba en el centro.
¿Qué significa para nosotros hoy que Cristo está en el centro? En primer lugar, que la iglesia es un proyecto de Dios, no de algún ser humano. Aun los líderes y pastores que tanto amamos y que han dado tanto por la iglesia de Cristo, son colaboradores de un proyecto iniciado por Dios. El creador de este proyecto llamado iglesia es Cristo, nadie más. Nadie, excepto Cristo, puede llevarse la gloria por el crecimiento de la iglesia. La iglesia no adora, ni idolatra a ninguno de sus líderes, ni los considera como superiores al resto de la iglesia. La iglesia adora a Cristo. Es Cristo quién guía a la iglesia a través de su Espíritu Santo, y no algún líder. Los líderes recibimos la inspiración del Espíritu Santo. El dueño de la iglesia es Cristo, y no algún líder.
En segundo lugar, necesitamos amar, seguir, apoyar, cuidar y respetar a nuestros líderes, pero no apegarnos a ellos. Apegarse significa mantener una lealtad a nuestros líderes que en ocasiones va más allá de la razón, y que va por encima de nuestra lealtad a Cristo. Apegarse es seguir más al líder que a Cristo. Apegarse es perder la capacidad de decidir, y seguir a nuestros líderes ciegamente. Seguir a un líder no significa perder la razón ni la capacidad de escudriñar y analizar lo que nos invitan a hacer. La iglesia sigue a sus líderes, pero pone a prueba lo que los líderes nos dicen y comparamos sus enseñanzas con lo que dice la Palabra de Dios y la doctrina de nuestra iglesia. Seguir a nuestros líderes sin apegarnos a ellos significa que si en algún momento nuestros líderes se apartan de la verdad y de la enseñanza cristocéntrica nosotros dejamos de seguirlos. La única dependencia que la iglesia debe tener es hacia Cristo, no hacia ningún líder.
En tercer lugar, tener a Cristo en el centro significa madurar espiritualmente, y tener las herramientas para tomar decisiones sobre nuestra vida espiritual. Cuando una persona depende de otra, es señal de que esa persona no tiene la capacidad ni las herramientas para tomar decisiones por sí mismo. Cuando una persona depende de un líder, significa que no tiene las herramientas para tomar decisiones sobre su vida espiritual. La autonomía espiritual incluye ser guiados por nuestros líderes sin perder la capacidad de tomar decisiones por nosotros mismos. El apego a los líderes es señal de inmadurez espiritual, siendo la inmadurez espiritual la carencia de herramientas para tomar decisiones sobre nuestra vida espiritual. ¿Cómo maduramos y desarrollamos herramientas para ser autónomos espiritualmente? Teniendo una vida devocional, orando y leyendo la Palabra diariamente, de manera que no tengamos que depender única y exclusivamente de lo que nos diga el líder; dependiendo de Cristo diariamente.
En cuarto lugar, Cristo en el centro significa que los líderes no guiamos a la gente hacia nosotros mismos sino hacia Dios. En las iglesias existen líderes tóxicos, inseguros e irresponsables que están más interesados en que la gente los siga a ellos que a Cristo. Hay líderes que tienen una idea distorsionada de sí mismos, y creen ser Cristo. En la iglesia solo hay un Dios, un Señor, y ese se llama Jesucristo. No hay necesidad de hacer bandos o grupos a favor de ningún líder, en la iglesia el único líder es Jesucristo. El único grupo o bando que existe en la iglesia es el bando de Cristo, y en ese bando está toda la iglesia. Un líder sano, seguro y responsable no guía a la iglesia hacia él, sino hacia Cristo. Un buen líder busca la unidad de la iglesia. Cuidado con hacer bandos en la iglesia y fomentar la división. Aléjese de cualquier persona o líder que hace bandos, esa persona es un cristiano inmaduro e irresponsable.
En quinto lugar, tener a Cristo en el centro es enfocarnos en Cristo al adorar a Dios. Tener a Cristo en el centro es mirar la cruz cada vez que llegamos hasta este templo en vez de poner nuestra mirada en los músicos, el director de culto, el pastor o cualquier otra persona. Tener a Cristo en el centro es entender que si ponemos nuestra mirada en las personas vamos a estar continuamente desanimados, frustrados y tristes, porque la gente en la iglesia es imperfecta. Cristo en el centro significa tomar la decisión de mirar a Cristo, y dejar de mirar, juzgar y criticar a quienes sirven en la iglesia o son parte del cuerpo de Cristo. Mientras continuemos mirando a la gente no habrá adoración, porque vamos a gastar nuestras energías en juzgar la gente que sirve en la iglesia, en vez de adorar a aquel que es el centro de la iglesia, Cristo.
En resumen: 1) la iglesia es un proyecto de Dios, no de algún ser humano, 2) necesitamos amar, seguir, apoyar, cuidar y respetar a nuestros líderes, pero no apegarnos a ellos, 3) necesitamos madurar espiritualmente, y tener las herramientas para tomar decisiones sobre nuestra vida espiritual, 4) no hay necesidad de hacer bandos o grupos a favor de ningún líder, en la iglesia el único líder es Jesucristo, y 5) necesitamos enfocarnos en Cristo al adorar.
Filipenses 2 nos dice: Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia,2 completen mi gozo sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. 3 No hagan nada por contienda o por vanagloria. Al contrario, háganlo con humildad y considerando cada uno a los demás como superiores a sí mismo. 4 No busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás. 5 Que haya en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, 6 quien, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7 sino que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre.
Es tiempo de paz, unidad y sanidad.
Hermoso mensaje!!!