1 Juan 4:7-12; Lucas 15:11-32
¿Qué sería de mí si no me hubieras alcanzado?
¿Dónde estaría hoy si no me hubieras perdonado?
Tendría un vacío en mi corazón
Vagaría sin rumbo y sin dirección
Si no fuera por Tu gracia y por Tu amor
Sería como un pájaro herido
Que se muere en el suelo
Sería como un ciervo que brama
Por agua en el desierto
Si no fuera por Tu gracia y por Tu amor
-Jesús Adrián Romero-
Una de las experiencias más hermosas que he tenido en mi vida, ha sido estudiar en el Seminario Evangélico de PR. Allí, yo me encontré con Dios. Les puedo confesar que yo creía conocer a Dios, hasta que allí me encontré con un Dios lleno de amor y misericordia, que antes no conocía. Antes de este encuentro, creía que tenía que ganarme el amor de Dios. En el lenguaje de la teología, yo vivía con una mentalidad legalista. El legalismo es la creencia de que Dios nos ama por lo que hacemos, por las reglas que seguimos o por nuestras obras. Esta visión acerca de Dios me hizo mucho daño, porque me llevó a invertir mucha energía en ganarme el amor de Dios y en llegar a conclusiones sobre la salvación de los demás y su valor ante Dios. Un día, ¡me convertí a Cristo de verdad! Al escuchar a un profesor leer 1 Juan 4:10, “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”, por primera vez en mi vida entendí que no necesitaba hacer nada para recibir y experimentar el amor de Dios. Entendí que el amor de Dios es un regalo para la humanidad, y solo necesitamos recibirlo.
Lucas es un libro que precisamente habla del amor de Dios como un regalo para la humanidad, y resalta la gran iniciativa de Dios de amar a todos y todas. Una de las grandes metas que tiene este evangelio, es explicar que la visión legalista que tenían los judíos, era una visión desacertada de Dios y del evangelio. Para los judíos, no todas las personas merecían el amor de Dios; sino que el amor de Dios era para aquellas personas que lo ganaban, por sus esfuerzos y sus obras. Lucas se escribe con la intención de dejar claro que el amor de Dios era y es para todos y todas. Con esta meta, Lucas da importancia a los rechazados de la sociedad, a los pobres, las mujeres, los enfermos, los pecadores, los publicanos, entre otros. Lucas 19:10 resume muy bien el propósito del evangelio de Lucas cuando dice “Porque que el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Una de las partes del evangelio que más evidencia esta iniciativa del autor de resaltar la gracia de Dios (amor incondicional de Dios) es el capítulo 15 de Lucas. En este capítulo el autor nos presenta tres parábolas hermosas: La parábola de la oveja perdida, la parábola de la moneda perdida y la parábola del hijo pródigo. Las tres parábolas tienen un mismo formato: algo estaba perdido, se buscó y se encontró. Al final de cada parábola se muestra el gozo y la celebración por haber encontrado aquello que se buscaba. No hay duda alguna de que con estas tres parábolas Lucas quiso explicar el gran amor de Dios, un amor que no se cansa de buscar y amar a quienes están perdidos. Hoy, a través de la parábola del hijo pródigo, quiero que podamos entender y experimentar este Exagerado Amor de Dios hacia todos y todas.
En la parábola hay tres personajes, pero a pesar de que la parábola se titula el hijo pródigo, el personaje principal no es este hijo menor, sino el padre. La parábola pudiera muy bien llamarse la parábola del padre amoroso. La parábola no celebra que el hijo menor se haya ido, o los celos del hijo mayor, sino que celebra el gran amor del padre. La parábola comienza con un padre que tenía dos hijos. El hijo menor decidió irse de la casa con la herencia del padre que le tocaba. Se fue de la casa, probó el mundo y en un momento dado se encontró tocando fondo, sin dinero, sin comida, sin familia, y sin dignidad. ¿Cuántos de nosotros hemos tomado decisiones que han sido para nuestro deterioro como personas? ¿Cuántas veces nos hemos alejado de Dios? ¿Cuántas veces hemos tomado el camino incorrecto? Yo me atrevo a responder, que todos y todas en algún momento de la vida hemos tomado decisiones como las que tomó el hijo menor, nos hemos ido de la casa, y hemos terminado deteriorados. En la tradición cristiana, esto se llama libre albedrío. Dios no nos controla, somos libres para escoger nuestro camino.
En medio de su deterioro, algo ocurre en este hijo menor: este joven comienza a recordar el gran amor del padre. Comienza a recordar que tiene un padre que le ama, y que muy bien podría estar de regreso en la casa de su padre. De la misma forma en que este hijo menor utilizó su libre albedrío para irse de la casa, tomó la decisión de regresar a ella. Dice la Biblia en el verso 17 que “recapacitó”, “volviendo en sí”, “Por fin comprendió lo tonto que había sido, y pensó”, y decidió volver a su casa. El libre albedrío le permitió no tan solo alejarse de su padre, sino también regresar a él. La primera decisión que tomó fue para su destrucción, la segunda para su restauración. El hijo menor representa la capacidad que tenemos los seres humanos para alejarnos de Dios, pero también la capacidad que tenemos para recapacitar y regresar a los brazos amorosos del Padre.
Esos brazos amorosos del padre fueron los que recibieron a este joven. Dice el verso 20 que “Cuando todavía estaba lejos, su padre corrió hacia él lleno de amor, y lo recibió con abrazos y besos.” Observe esta extraordinaria escena de amor incondicional del Padre: aun antes de que el hijo pidiera perdón, ya el padre había corrido hacia él, lo había abrazado y llenado de besos. Quién tiene la iniciativa de perdonar y amar no es el hijo menor, sino el padre. El padre no se tomó el tiempo para juzgar su error, para criticarlo o para pedirle que hiciera algo para ser digno nuevamente de su amor. El padre simplemente lo perdonó y lo amó. Entre nosotros, ¿habrá alguien que desee volver al Padre? ¿Habrá entre nosotros personas que quieren volver a estar en la casa del Padre pero tienen temor porque piensan que van a ser juzgados o juzgadas por el Padre o por alguien? ¿Habrá entre nosotros personas con el deseo de regresar a los brazos del Padre, pero que creen que tienen que hacer algo para recibir el amor de Dios? Hoy quiero decirte que el amor de Dios es un regalo, no tienes que hacer nada para merecerlo, simplemente necesitas regresar y lanzarte a los brazos del Padre celestial. El Padre te va a perdonar y te va a amar.
Como iglesia, ¿Tendremos nosotros algo que aprender de la forma en que el padre recibió a su hijo menor? ¿Les ofrecemos a las personas el perdón y el amor de la misma forma que el padre? ¿Recibimos de la misma forma a las personas que regresan a nosotros pidiendo perdón y amor? ¿Recibimos nosotros en nuestra iglesia a las personas de la misma forma en que el padre recibió a su hijo menor? ¿Mostramos nosotros esa gracia de Dios que en vez de juzgar, perdona, sana, restaura y levanta? ¿Actuaremos nosotros como el “TSA” de los aeropuertos que revisan a las personas por todos lados para ver si tienen algún pecado escondido? Que nos quede algo bien claro: aquí todos somos pecadores, y la vez hijos e hijas de Dios. Somos pecadores y pecadoras en recuperación. Nadie de los que hemos decidido regresar a casa y estar en la casa del Padre, somos mejores que aquellos que han decidido estar lejos de la casa del Padre. Si Dios nos ha recibido a nosotros que somos pecadores y pecadoras, necesitamos recibir, perdonar y amar a quienes se acercan a nosotros buscando regresar a los brazos del Padre celestial. ¿Quiénes somos nosotros para impedir que alguien regrese a la casa del Padre? ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a los demás? En la parábola del hijo pródigo, el padre representa a un Dios amoroso, dispuesto a perdonar nuestros errores, sin importar quienes somos. Si usted ha tenido una imagen de Dios distinta, le invito a que en el día de hoy la cambie. El legalismo, pensar que hay que hacer algo para merecer el amor de Dios, y pensar que hay personas no merecedoras del amor de Dios, es una visión desacertada de Dios.
Muchos de nosotros hemos creído por mucho tiempo que el hijo pródigo es el hijo menor. Tenemos razón, pero el hijo pródigo también es el hijo mayor, que estando en la casa con el padre, también estaba perdido. Cuando el hijo menor llega, y el padre comienza a celebrar su llegada, el hijo mayor se enfurece y cuestiona al padre la celebración. Parece que él creía que era el único merecedor del amor del padre, y comenzó a juzgar a su hermano menor. El hermano mayor hizo todo lo contrario a lo que hizo el padre. El padre le recibió, le perdonó, le amó y celebró su llegada, el hijo mayor no le recibió, no le perdonó, le juzgó y cuestionó la celebración. El hijo mayor representa a quienes quizás no nos hemos ido de la casa del Padre, pero nos hemos dedicado a juzgar, criticar, condenar y cuestionar a los demás. El hijo mayor representa el legalismo, los celos, la envidia y el chisme dentro de la casa del Padre.
¿Usted sabe cuáles son los peores enemigos de la paz, la sanidad y la unidad? El legalismo, el juicio y el chisme. Yo aprendí en una ocasión lo siguiente: “Si no tengo nada bueno que decir de alguien, mejor no digo nada”. Filipenses 4:8 dice “8 Por lo demás, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en ello.” En ocasiones, la iglesia gasta mucha energía pensando y hablando acerca de la vida de los demás, pero no cosas buenas. Esto tiene que cambiar, si queremos paz, sanidad y unidad. El chisme necesita terminar. El juicio necesita terminar. El legalismo necesita terminar. Si alguien viene a decirle algo negativo acerca de otra persona, detenga la conversación y niéguese a involucrarse en una conversación tóxica. No se exponga a conversaciones sobre la vida de otras personas, a menos que sea para orar por esa persona y dialogar sobre sus virtudes. No haga como los programas de televisión que solo le interesan los aspectos negativos de la vida de los demás.
¿Quieren saber un detalle hermoso de la parábola? Al hijo mayor, que también estaba perdido, el padre se acerca, le perdona y le ama. Si has estado en casa del Padre, pero te has sentido perdido o perdida, Dios también se acerca a ti para perdonarte, amarte y restaurarte. El hijo mayor es tan importante como el hijo menor, todos somos parte de la familia, todos cabemos en la casa del Padre.
La parábola del hijo pródigo es una historia de amor, gracia, perdón, restauración y sobre todo, celebración. Celebración del amor de Dios, de su perdón, gracia, y misericordia. En esta iglesia es tiempo de celebrar el gran amor de Dios y su perdón. Es tiempo de celebrar, al igual que el pastor que encontró la oveja, la mujer que encontró la moneda y el padre que recibió a su hijo menor. ¿Qué vamos a celebrar? El Exagerado Amor de Dios. Celebramos que todos y todas somos hijos amados e hijas amadas de Dios. Celebramos la gran misericordia de Dios que llega hasta nosotros en los momentos, en que como el hijo menor tocamos fondo, y como el hijo mayor estamos perdidos sin darnos cuenta. Celebramos que somos una gran familia, en donde todos y todas podemos disfrutar de la gracia de Dios.
Hoy es día para regresar a la casa del Padre, ya sea que nos hayamos ido como el hijo menor o que hayamos estado perdidos sin darnos cuenta dentro de la casa como el hijo mayor. Hoy es día para recibir y experimentar el amor de Dios y recibir su perdón. Hoy es día de terminar con el legalismo, el juicio y el chisme. Hoy es día para permitir que la paz, la sanidad y la unidad se hagan reales en nuestra iglesia. Hoy es día para abrir nuestros brazos para recibir a quienes también quieren regresar a la casa del Padre buscando perdón y amor.
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, nosotros también debemos amarnos unos a otros.” 1 Juan 4:10-11.
Hermosa palabra e inspirador mensaje de Dios a travéz de nuestro pastor Eric Hernández. Me ayudó a visualizar la perfecciòn de Dios en su gran amor por TODOS nosotros: sus imperfectos hijos.